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sábado, 30 de agosto de 2014

AMARNA

CURIOSIDADES:


TUMBA REAL DE AMARNA

Cuando, descendiendo por el Nilo, desembarcamos en Amarna, la que fuera capital de Egipto durante el breve reinado de Akhenatón y Nefertiti, nos encontramos en una planicie desértica con algunas ruinas diseminadas. Sólo las dos columnas reconstruidas del Pequeño Templo de Atón dan fe de su antigua grandeza. La ciudad fue abandonada poco después de la muerte de su fundador, Akhenatón, y los siguientes faraones arrancaron sus piedras para reutilizarlas en sus propias construcciones mientras los aldeanos de los pueblos vecinos se llevaron los ladrillos para sus casas; pero, por fortuna para los arqueólogos, no se alzó nunca otra ciudad encima de su suelo. Por esto, las arenas del desierto fueron enterrando y conservando los cimientos de sus edificios y los restos abandonados por sus habitantes, con lo que Amarna es el enclave arqueológico que más datos aporta sobre la vida de los antiguos egipcios.


Una de las cosas que más información ha proporcionado sobre la vida en la ciudad desaparecida son los montones de basura de aquella época, entre los que se han descubierto plumas y huesos de aves, restos de cabras y de ovejas, espinas de pescado, semillas de cebada, guisantes, lentejas, pepinos, cebollas, ajos, granadas, uvas, higos, aceitunas, dátiles... De todo ello podemos deducir que la dieta de los «amárnicos» era sana y equilibrada.


Cuando, en el quinto año del reinado de Akhenatón, la corte se trasladó a Amarna, los primeros en instalarse fueron los nuevos funcionarios que siguieron al faraón. Cada uno eligió el sitio y el tamaño de su casa, situada en una gran parcela con todas las comodidades. En el exterior había graneros y almacenes donde se guardaban los alimentos y los artículos que se intercambiaban por bienes necesarios para la familia, las cuadras para los caballos, un pequeño recinto para los carros y talleres de tejido y cerámica para uso diario. No faltaban una huerta y un pozo, ni los establos para los animales domésticos. Había igualmente lugares especiales donde se elaboraban los alimentos: uno para moler el grano, pues esta faena levantaba mucho polvo, otro destinado a la fabricación de cerveza, además de la cocina propiamente dicha, al sur de la casa para que el viento del norte, el que más sopla en Amarna, se llevara los humos y malos olores fuera del recinto. También se construía una pequeña capilla con estatuas o relieves de los reyes, a quienes como intermediarios entre hombres y dioses se les pedía que dirigieran sus súplicas y peticiones a Atón, el disco solar.


Las viviendas estaban formadas por un salón central alrededor del cual se distribuían las demás estancias. Ese salón constaba de tres elementos que se repiten en todas las casas: un banco bajo con almohadones para sentarse encima con las piernas cruzadas, un brasero para calentar las frías noches del desierto y una losa de abluciones con un cántaro de agua para lavarse las manos y los pies o, simplemente, refrescarse. La losa era de piedra en las casas importantes y de barro en las medianas –como la de un artesano excavada en 1987–, pero está totalmente ausente en las pequeñas casitas de la Aldea de los Trabajadores, lugar de residencia de los obreros destinados a la construcción de las tumbas reales y de los nobles.


Una de las casas más lujosas de Amarna era la del visir Nakht. Además de un salón profusamente decorado, disponía de otra pequeña sala que serviría de comedor, así como dos estancias más de recepción: dos galerías con grandes ventanales que se abrían al jardín, una al norte para el viento fresco del verano y otra al oeste para recibir los últimos rayos de sol en el invierno. Las casas grandes y medianas poseían un cuarto de aseo que constaba de un excusado con un asiento de piedra, el cual contenía un recipiente de barro y una tapa de madera, y la ducha, que era una losa de piedra con un canalillo que llevaría el agua a un agujero con una vasija para recogerla. Los tocadores de las damas nos han dejado muestras de la delicadeza de los artesanos al fabricar pequeños frascos de vidrio o alabastro para perfumes, cajitas para guardar los cosméticos, peines, espejos...

Alrededor de estas grandes casas se fueron levantando otras más pequeñas de gentes que acompañarían a estas familias nobles y trabajarían para ellas. En Amarna no había un barrio de ricos y otro de pobres, sino que cualquiera podía elegir el lugar de su vivienda. Así, la ciudad se fue llenando de habitantes llegados de otros pueblos y ciudades de Egipto; venían en grupos de un mismo lugar y formaban un pequeño barrio para vivir juntos y no sentirse solos en una ciudad extraña. A veces, varias viviendas tenían salida al mismo patio, lo que suponía que entre los vecinos debía haber una relación amistosa.


También llegaban familias de artesanos que habían trabajado juntos y decidían probar fortuna en la nueva capital. En el barrio norte encontramos una serie de pequeñas casitas pobres en las que se fabricaba conjuntamente cerámica vidriada. Algún vecino trabajaría en un taller estatal y conseguiría, como parte de su sueldo, los materiales necesarios para montar un pequeño negocio. En las excavaciones de 1931 se recogieron infinidad de cuentas de collares con formas de flores, de frutos o simplemente redondas; además de las cuentas, también se hallaron los moldes para fabricarlas. Así pues, en esta zona se fabricaría una bisutería muy de moda en Amarna; buena prueba de ello es que Nefertiti, en el famoso busto de Berlín, luce un collar de varias hileras de cuentas de cerámica, a modo de pectoral que la cubre casi hasta el pecho.


Esta actividad sugiere que en Amarna se desarrolló una incipiente economía privada basada en el pluriempleo, gracias a la libertad de que gozaron sus habitantes y su afán por aumentar su nivel de vida. Así se aprecia en la antes mencionada Aldea de los Trabajadores. En un principio todas las casitas eran iguales, pero al poco tiempo se varió su estructura porque quien era trabajador y a la vez emprendedor podía mejorar su situación económica. Fuera de la aldea se instalaron una serie de pocilgas donde se criaban cerdos. En el año 1984 se descubrieron dos edificios en esta zona; por sus características, los arqueólogos determinaron que en uno se sacrificaba a los animales y en el otro se fabricaban salazones y conservas. Posiblemente esta actividad daría ingresos adicionales a los obreros, pues estos alimentos se venderían en las zonas ricas de la ciudad.


Las mujeres también obtenían beneficios extra para la familia instalando un telar que a juzgar por sus dimensiones no se utilizaba sólo para las necesidades familiares. Entre los años 1979 y 1986 se recogieron en la aldea 5.000 fragmentos de tejido, principalmente de lino, y los expertos han determinado las diferentes clases de lino utilizadas, las distintas tramas y dibujos, cómo se remataba la tela cuando se sacaba del telar y hasta cómo se cosía. Eran unos tejedores admirables, pero unos costureros poco habilidosos, por lo que las piezas se tejían del tamaño necesario para la prenda que se iba a utilizar. Un rectángulo servía de vestido a las damas con un simple anudado (como se aprecia en una famosa estatua de Nefertiti en el Museo del Louvre) y con un trozo de tela doblado, cosido por los bordillos laterales y haciendo un agujero en el centro para meter la cabeza, se obtenía una camisa o una túnica a la que se podía dar el largo deseado. Los chales plisados completaban la vestimenta.

Amarna no gozó de una urbanización inicial. La única calle planificada fue la Calzada Real, que salía del extremo norte, donde residían Akhenatón y Nefertiti, y cruzaba toda la Ciudad Central. En ella se situaron los edificios oficiales, como los dos templos dedicados a Atón, grandes espacios que al parecer estaban abiertos al pueblo –por ejemplo, en el Gran Templo había 929 mesas de barro para recibir las ofrendas de los habitantes–. Egipcios y extranjeros debían de asombrarse por la belleza de sus palacios cuando eran invitados a las recepciones reales, porque Amarna fue una ciudad muy cosmopolita, capaz de atraer tanto a un comerciante griego que se instaló en el barrio norte como al asiático que aparece representado en una pequeña estela bebiendo cerveza a través de un gran filtro, como se hacía en su país. Así, en el constante trasiego de gentes que transitaban por la Calzada Real se veían indumentarias diferentes y se oían idiomas distintos. En alguna ocasión, los maravillados paseantes podían incluso contemplar a los reyes desplazándose en sus carros para atender los ritos religiosos en los dos grandes templos de la ciudad o las ceremonias oficiales en el Palacio Central.


En la tumba del alto dignatario Meryre, una hermosa escena nos  da idea de la magnitud de una procesión en la Calzada Real. El rey, sin cochero, sujeta un brioso corcel, mientras detrás va Nefertiti, única reina de Egipto a la que vemos conduciendo su propio carro. Observamos también a las princesas saliendo de palacio, donde dos porteros hablan, acompañadas por portadores de abanicos y damas, a la vez que los soldados corren delante del carro y a los lados de la calzada, y  el visir precede a los reyes.
Pero no todo era bello y saludable en la Amarna de Akhenatón. La intransigencia religiosa del rey a partir del año 9 de su reinado debió de desilusionar a muchos nobles, que abandonaron la decoración de sus tumbas y seguramente huyeron de Amarna. Por otro lado, desde el año 2005 los arqueólogos  están excavando fuera de la ciudad los cementerios de la gente pobre. Los restos humanos hallados muestran una gran mortandad juvenil y graves lesiones en los hombros y la espalda, resultado de haber cargado grandes pesos.


Amarna existió muy poco tiempo como ciudad: doce años durante el reinado de Akhenatón y se supone que unos tres años durante el de Tutankhamón. Sin embargo, fue un período de una gran actividad intelectual, de notables innovaciones y de extraordinaria libertad, como se manifiesta en las distintas formas de arte y en la proliferación de pequeñas empresas. La cosmopolita, dinámica y creativa Amarna representó, sin duda, un momento único de la historia del antiguo Egipto. 


FUENTE-  Teresa Armijo. Arqueóloga. Autora de Amarna, la ciudad de Akhenatón y Nefertiti 


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